En un articulo publicado en este periódico (16-12-19) sobre cómo las democracias están siendo sacudidas por diversas y contundentes protestas sociales, Daniel Innerarity reflexiona sobre el antagonismo y la confrontación entre las demandas populares y las respuestas políticas. Cito textualmente alguna de sus afirmaciones en las que hace referencia expresa a cómo el pueblo esta asumiendo esa confrontación: “Ese antagonismo contribuye a desresponsabilizarnos a todos en la medida en que atribuimos nuestros males a la resistencia de los otros (gobiernos) a obedecer a los gobernados (pueblo) (...) Solo obtendremos un diagnóstico equilibrado de los males de nuestra democracia si nos situamos en un horizonte de responsabilidades compartidas (...) La gente no tiene necesariamente la razón”. Dichas afirmaciones, sin embargo, son muy cuestionables. No hay irresponsabilidades compartidas; en un lado, en el popular, no hay falta de responsabilidad ni falta de razón.

Antes, la confrontación funcionaba más o menos así: organizaciones, movimientos sociales y sus equivalentes partidos políticos con pretensiones de grandes cambios tomaban decisiones a partir de unas ideologías que entre otras cosas aportaban determinados diseños estratégicos. A través de los mismos se establecían acciones colectivas con las que creían podían lograr mas justas decisiones políticas. Creían saberlo en cuanto que el sistema político se protegía con una ideología que entre otras cosas proclamaba no solo la viabilidad sino también su voluntad de lograr cambios hacia el progreso, hacia un mayor bienestar común y en cierta medida usaba sus vías para avanzar en ese progreso social. Así, las acciones provenientes de las organizaciones sociales se formulaban con pretensiones de poder obtener resultados, conectando con esas conocidas vías y espacios de decisiones favorables de las instituciones. De hecho, en ocasiones conectaban.

Ahora, el escenario de la confrontación ha cambiado. No es posible tomar decisiones con ciertas garantías de operatividad porque ya no hay nada -ni vías ni espacios ni nada- que otorgue sentido y oriente a esas decisiones colectivas. Ahora el discurso dominante afirma la existencia de la inviabilidad del cambio, dado que estamos en una época en la que las desigualdades y la gestión autoritaria existente no son ya una crisis más o menos irresoluble, sino lo que configura y define el sistema existente. Por tanto, dada su naturalidad, no tiene sentido tratar de moverse para transformar el sistema hacia una mayor justicia, igualdad y democracia. El discurso dominante es también la incertidumbre. Dicen que no es posible tomar decisiones responsables ni razonables porque ya no hay nada conocido que oriente esas decisiones colectivas.

Discursos, redes de mensajes expresos o sobreentendidos -y sobre todo deducidos- son predominantes en cuanto que aparecen a través de una invasión sistemática en el conjunto de la sociedad, generando también en ella dominantes formas de interpretar la realidad circundante. Lo que sigue es una síntesis de esos mensajes emitidos desde el poder. No sabemos -nadie puede saberlo- por qué ocurren acontecimientos económicos y políticos, por qué se toman las grandes decisiones en este nuestro sistema. No sabemos qué es lo que se puede hacer para que ocurran otras -nuevas, distintas- cosas. Por tanto, ni vamos a hacer, ni vamos a programar hacer, nada distinto. Solo vamos a tratar de responder, desde la estricta inmediatez, a los acontecimientos imprevistos. There is no alternative (la malvada TINA) ni para nosotros, el poder, ni para vosotros, la sociedad. Solo podemos aceptar y asumir esta indefinida e incierta -y ya natural- realidad.

Responder, moverse desde la incertidumbre no es irresponsabilidad ni irracionalidad. No se puede pedir que actúe razonablemente a aquel a quien previamente se le ha impuesto la oscuridad. Por otro lado, los constructores y difusores de esta neoideología de la incertidumbre, que han logrado que la misma se viva como inevitable, sí son responsables de generar ese desconcierto que conducen a las estrategias y acciones de rechazo social sin límites.

Son fenómenos de rechazo más expresivos que estratégicos, que responden más a un malestar difuso que carga contra el sistema político en general pero que no se concreta -y no puede hacerlo porque la incertidumbre se lo impide- en programas de acción dirigidos a producir resultados concretos, estrictamente predefinidos.

Son respuestas confrontativas que tienden a ser intuitivas, emotivas y casi?. inevitablemente radicales. La propuesta de pasividad e ignorancia deriva hacia la frustración e indignación y conduce en última instancia a opciones radicales, a opciones que cuestiona la misma permanencia de los poderes constituidos.

Ciertamente, no todo lo que se mueve desde la sociedad está operando desde estos parámetros de radicalidad global (todos contra todo). Hoy en día se mantienen reivindicaciones sociales con diseños estratégicos tradicionales. Otras, como el feminismo y las nuevas movilizaciones ecologistas, incorporan en parte esta dimensión de radicalidad, este operar desde la dicotomía entre la nada o el sustancial cambio de todos los poderes existentes (en lo que deciden y en lo que son). Otras, como el 15M, no solo incorporan parte de esta dinámica . La misma -sin mas- le constituyó. En conjunto, son procesos que rompen la resignación, soledad y desconcierto colectivos y apuntan hacia el proceso de construcción, desde diversidades organizativas y reivindicativas, de un sujeto social compacto y extenso con el objetivo común de transformación profunda y también extensa de la sociedad.

¿Como encaja en este panorama la huelga de día 30? Habría que matizarlo para Euskal Herria. Aunque gobiernos, instituciones, y poderes en general operan con el discurso -no siempre implícito- de que solo ellos pueden saber qué puede hacerse, su margen y práctica de impulsar y establecer cambios sociales es superior al de muchas otras sociedades y naciones. Por otro lado, también por la tradición histórica de actuar colectivamente a partir de redes solidarias, el nivel de movilización social en Euskadi ha sido y es también superior. La cultura de resignación frente a lo inevitable y la incertidumbre parecen tener menos fuerza.

Con un contexto así, parecería que la movilización del pasado jueves día 30 encaja en los parámetros tradicionales. Confluencia de algunas organizaciones sindicales y movimientos sociales en una movilización dirigida a obtener un conjunto de mejoras sobre todo laborales. Pudiera ser. Pero hay convergencia de distintas reivindicaciones en las cuales las laborales son una parte? pero no todas. Hay convergencia también de distintas organizaciones sociales y laborales que llevan ya un tiempo amplio deliberando y decidiendo sobre la situación social desde una perspectiva global. Y quienes se movilizan parecen querer constituirse en un sujeto colectivo propio, diferente a quienes en él confluyen.

Habría que preguntarse sí nos hallamos ante la prefiguración de un sujeto popular que entra en la dinámica antes descrita de demanda total frente al sistema. En esta línea, podía haber en la movilización del día 30 una cierta conciencia colectiva de considerar que aquí también se da ese escenario de separación descrito. Una separación entre el sistema que desprecia y la sociedad desorientada despreciada. Y que esta movilización con pretensiones de globalidad se formularía en el camino de saltar esa brecha. Habría que preguntárselo.