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Tribuna
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La ira destructiva de los partidos populistas de derechas encubre las cuestiones sociales vitales de nuestra época y se desvía de cualquier problema urgente que exija un pensamiento constructivo

Carolin Emcke
Enrique Flores

"La ira tiene un objetivo limitado y graves debilidades”, afirmaba la premio Nobel Toni Morrison en su conferencia de 2004 War on Error (“La guerra contra el error”). “Sofoca el entendimiento y sustituye la acción constructiva por un teatro sin sentido”. Quizá lo único bueno del desastre de Turingia (la maniobra fraudulenta que ha permitido investir al primer ministro con los votos de la formación de extrema derecha Alternativa para Alemania) sea que, por fin, ha quedado al descubierto la ira manipuladora que el partido radical lleva años disfrazando de preocupación compasiva. Se acabó el carnaval retórico que ha representado en la escena pública secundado por edecanes oportunistas dispuestos a dar crédito y tiempo en antena a su discurso mendaz como si fuese realmente necesario.

Lo único que ha habido siempre ha sido una ira antidemocrática que quería utilizar las prácticas democráticas; un dogma iliberal que pretendía abusar de la apertura liberal para destruir aquello de lo que se servía. En Turingia se ha pervertido un procedimiento democrático solo por el placer pornográfico de burlarse de la democracia. Alternativa para Alemania (al igual que sus gemelos nacionalistas de derechas de España o Francia) no tiene nada que ver con reivindicaciones con contenido, con temas concretos, y mucho menos con las preocupaciones o las necesidades de los ciudadanos y las ciudadanas. No quiere llevar a cabo nada ni representar a nadie. Del mismo modo que su candidato a primer ministro no era más que un candidato de pega cuya función era desviar la atención de las intenciones destructivas, el cliché de la cercanía al pueblo no es más que una falacia para desviar la atención de la profunda indiferencia por las ciudadanas y los ciudadanos. Para los populistas de derechas de todo el mundo, el “pueblo” es solo un código para la mecánica que dicta quién no debe formar parte de nada, quién debe recibir menos protección y ser menos visible, y las creencias, las familias y los problemas de quién deben tener menos valor.

La cuestión nunca ha sido la ciudadanía y sus preocupaciones. El juego retórico de la preocupación solo sirve a Alternativa para Alemania (léase Vox, la Liga Norte italiana o Agrupación Nacional francesa) para estigmatizar a aquellos sobre los que hay que proyectar el miedo o el odio. Lo único que la vieja nueva derecha ha querido siempre ha sido suscitar emociones para apuntar contra otros; un perpetuo móvil racista que apenas se vacíe el odio que ella atiza y canaliza, vuelva a reponerlo. Este teatro sin sentido que un público entre ingenuo y divertido ha tolerado demasiado tiempo mientras se quitaba importancia a cada acto sistemático de desprecio calificándolo de “superación de un tabú” y se despolitizaba cada acto terrorista dictaminando que se trataba de la acción de un “lobo solitario”, hace tiempo que ha dejado de tener gracia.

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Reconocer la diversidad social no es una cuestión de moral; es una cuestión de contacto con la realidad

Quien clasifica a los seres humanos individualmente o en grupos, quien cree que puede revalorizar el miedo de unos y subestimar el dolor de otros, no es ni social ni cercano al pueblo, sino asocial y ajeno a la realidad. No existe la necesidad importante de los trabajadores marginados económicamente ni la insignificante de los musulmanes marginados culturalmente o de las mujeres. Quien crea que es posible seguir separando a los trabajadores marginados, por un lado, y a todos aquellos a los que no se tiene empacho en colgar la irrespetuosa etiqueta de “minorías” (los emigrantes, los musulmanes, las mujeres), por otro, hace mucho que no ha estado en una fábrica o en un hospital y ha dejado de preguntarse quién construye los coches y los trenes en los que viajamos, quién cuida y atiende a nuestros padres y a nosotros. Reconocer la diversidad social no es una cuestión de moral; es una cuestión de contacto con la realidad. La crítica al racismo y al sexismo, el compromiso con los derechos de las mujeres o de los y las emigrantes no son debates de lujo ni una actitud elitista y superficial. Son las tareas vitales de todos los que vivimos en una sociedad democrática.

La ira tiene graves debilidades, afirma Toni Morrison, y esto tal vez sea lo peor de ella: que la ira destructiva de los partidos populistas de derechas encubre las cuestiones sociales vitales de nuestra época, precisamente aquellas preocupaciones y necesidades que constituyen un verdadero motivo de descontento social y nostalgia política. Lo dañino de un partido como Alternativa para Alemania no es solo su visión revisionista de la historia, su nacionalismo neotribal, su ignorancia de lo que significa el Estado de derecho, sino su desviación de cualquier problema realmente urgente que exija un pensamiento constructivo.

Hace tiempo que en las democracias del presente no hay una sola cuestión social, sino cuestiones en plural. La dinámica de la igualdad y la desigualdad se abre como un abanico. Ahí están las infraestructuras deterioradas que profundizan la brecha social y cultural entre el este y el oeste, el norte y el sur, el campo y la ciudad; la cuestión crítica de la vivienda, que cada vez desplaza a más personas mermando la posibilidad de participar; la manera en que la digitalización y la inteligencia artificial están reestructurando no solo el mundo del trabajo, sino toda nuestra vida. Todo esto afecta a la cuestión de qué puestos de trabajo se pueden eliminar y qué tareas y decisiones se pueden delegar en las máquinas capaces de aprender, pero también de qué desigualdades se reproducen en función de los datos con que se alimenta a esas máquinas. Y algo no menos importante: además de innovaciones tecnológicas, el cambio climático exige una profunda transformación de nuestra forma agrícola e industrial de producir, de la manera en que transportamos los bienes y las mercancías, de las estructuras y los hábitos que determinan nuestro día a día, y de a quién se imputan los costes sociales de todo ello: a los países del sur global, expuestos en cualquier caso a las mayores dislocaciones debido al cambio climático, o a quienes lo provocan. De las muchas pérdidas del sentido de la realidad de Alternativa para Alemania, una de las mayores es que mientras se queja de la emigración tachándola de carga, se empeña en negar sus causas ecológicas. Por tanto, en vez de imitar su ira para tratar de recuperar los votos perdidos y de participar en un teatro sin sentido, los partidos tornadizos (no solo los alemanes) deberían atender a las cuestiones que nos dicta la realidad.

Carolin Emcke es periodista, escritora y filósofa, autora de Contra el odio (Taurus).

Traducción de Newsclips.

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