Cuando España perdió Cuba

Este mes de julio se cumplen 120 años de la derrota española en Cuba. Para España, la perla del Caribe, tal como era conocida, formaba parte indisoluble del Estado y, según decía Antonio Cánovas, tenía «la razón y el derecho» a su favor para asegurarse de que Cuba continuaría siendo «para siempre» española. La España de caducas reminiscencias imperiales no quería entender las nuevas realidades que se estaban imponiendo, en especial era incapaz de aceptar que los cubanos tuvieran el derecho a decidir su futuro y mucho menos que quisieran ser independientes.

Cuando en febrero de 1895 estalló una nueva rebelión armada en Cuba, la España oficial se lo tomó con calma. Como si fuera la repetición de la guerra de los Diez Años, entre 1868 y 1878, y la ‘guerra Chiquita’, la de 1989-90. Una especie de pulso que ganaría, con absoluta seguridad, contra la mezcla de negros desagradecidos, cubanos españoles renegados e intereses extranjeros. Nada de lo que hubiera que preocuparse en exceso. Al igual que las otras veces, el ejército, el sentido del honor, la historia, el derecho y la determinación españoles desvanecerían sin demasiadas dificultades el peligro de disgregación. Cuba no se separaría. Era España. Una provincia más, como cualquier otra.

Este era el talante y la opinión mayoritaria en España hacia Cuba. Mayoritaria, claro, dentro de la élite dirigente. Porque entre el pueblo, entre las clases sociales mayoritarias, formadas por pobres y los trabajadores sin calificación -obreros o del campo-, con un índice de analfabetismo superior al 70%, la preocupación más importante, si no única, era poder comer con suficiente cantidad y calidad.

 

Cuba era España

Las estructuras más poderosas del Estado, como la iglesia católica, el ejército, la corona y los grandes intereses económicos se unían en la concepción todavía imperial de España. Los obispos hacían continuas invocaciones a favor de la continuidad de Cuba en España y, cuando estalló la guerra contra los Estados Unidos, ordenaron decir misas en todos los centros de su culto, en todo el país, para de implorar al dios católico que intercediera a favor de las armas españolas contra las estadounidenses. La prensa católica identificaba así los males de España: «Cuba y todas nuestras posesiones en América han sido debidas a la fe más que a las armas, y para conservarlas la fe ha tenido que ir siempre antes que las armas, hasta que el funesto liberalismo hizo comenzar a perder la fe en España y así empezamos a perder nuestros reinos y señoríos americanos», decía ‘El Católico Balear’, en 1898, un delirio que aparecía calcado en las otras cabeceras de la misma orientación, en todo el Estado. España y el catolicismo era todo uno.

En la misma línea se expresaba la autoridad militar. Por ejemplo el capitán general de Baleares pronunciaba una arenga, como colofón de una «manifestación patriótica», en marzo de 1898 en Palma, en la que aseguraba que «sin la obra evangelizadora de España, los cubanos todavía estarían en medio de la más absoluta barbarie». No era una ‘rara avis’, todos los jefes de la milicia hacían lo mismo en todo el Estado cuando tenían la ocasión, en especial a finales de estas manifestaciones espontáneas y patrióticas que en realidad estaban organizadas por la autoridad -sin decirlo- para mantener la agitación bélica entre la población.

Por su parte, la prensa más arraigada en el régimen de la Restauración, ayudaba al ambiente patriotero dedicándose con mucha firmeza a desprestigiar la amenaza de los Estados Unidos cuando ya se intuía que el Gobierno de Washington acabaría declarando la guerra a la corona española: ‘El Heraldo de Madrid’, ‘El Imparcial’, ‘La Correspondencia’… , entre otras cabeceras, publicaron supuestos estudios que pretendían demostrar la superioridad del ejército y la armada españoles ante los norteamericanos. Incluso algunos de estos estudios hablan de la convicción de que en los estados del sur de ese país aún estaba muy fresca la guerra Civil (1861-1865) y que si Washington se atrevía a declarar la guerra a España se podrían levantar otra vez contra el norte, con lo que la victoria española resultaba casi inexorable, en caso de enfrentamiento.

Cualquier fantasía servía para mantener la idea de que Cuba continuaría siendo española. La clase dominante no podía aceptar de ninguna manera la posibilidad de la independencia. Lo mismo pensaba, por supuesto, la élite española que vivía en Cuba, cuyos sentimientos expresaba a la perfección el editorial de ‘El Diario de la Marina’, de orientación conservadora -a pesar de la cabecera, no es que fuera propio de la armada española, simplemente era su nombre-, del 15 de diciembre de 1868, justo después de iniciada la llamada guerra de los Diez Años: «el Gobierno ha declarado una y cien veces que la isla de Cuba es una provincia española, Una parte integrante de la nación, pero de ninguna manera un todo, mejor o peor, separado. Cuando se habla de nación española se habla de Cuba al igual que de Cataluña, Andalucía o Castilla; y los que gritan ¡Viva España! gritan implícitamente ¡viva Cuba!, lo mismo que Galicia, Asturias o Aragón. Dentro de la gran nacionalidad española no hay autonomías particulares, puede existir el espíritu del provincialismo, pero es necesario que este espíritu esté subordinado a otro sentimiento más grande, el sentimiento nacional (…) La existencia política de Cuba como provincia española es una verdad profundamente arraigada en todos los corazones. Si lo dejara de ser, se hundiría en un abismo insondable, en el que desaparecería su ilustración, riqueza y su porvenir. No llegará, sin duda, este evento porque Cuba es española y eso basta para demostrar que será noble siempre y agradecida: porque esto lo exigen el país y la sangre que circula por las venas de sus amantes hijos».

 

Ultraconservadurismo

Es cierto que existía un corriente política y de opinión que apostaba por el diálogo y la negociación con los independentistas cubanos e, incluso, impulsaba pactar una amplia autonomía cubana a cambio de que la preciada isla se mantuviera bajo la corona española. Pero no se concretó nada de esto hasta que fue demasiado tarde.

En efecto, en el cuarto período de Gobierno liberal (1897-1901) de la restauración borbónica (1874-1931), presidido por Práxedes Mateo Sagasta, se otorgó a Cuba lo que se llamó la ‘Carta Autonómica’ (1897) que entró en vigor el 1 de enero de 1898. Demasiado poco para los independentistas que ya estaban en una otra fase, la de la independencia.

Mientras los liberales hacían estos intentos, la mayoría de las élites asumían la ideología que tan bien personalizaba el ultraconservador Antonio Cánovas del Castillo, que volvió a sentarse -por sexta vez- en la presidencia del Consejo de Ministros en 1895, después de iniciada la rebelión en Cuba. Cánovas era la representación no sólo de los valores de la restauración sino que personalizaba el ultraconservadurismo -presente en la cúpula de la Iglesia católica, el ejército y la armada, entre los empresarios y terratenientes…- que lastró al Estado con una ideología decadente que pensaba en España como si fuera todavía un imperioy que no quería entender la realidad que se iba imponiendo.

El profesor de historia del Instituto de Tecnología de Georgia (Estados Unidos) John Lawrence Tone publicó en 2006 el libro (con mucha documentación desconocida hasta entonces) ‘War and Genocide in Cuba, 1895-1898’ en el que retrata a Cánovas como el perfecto representante de la clase conservadora dominante en la España de la época: «No mostraba más que desprecio por la clase trabajadora (…) ‘Tengo la convicción profunda de que las desigualdades [sociales] proceden de Dios, que son propias de nuestra naturaleza’, había dicho». Y, al mismo tiempo, veía los incipientes movimientos nacionalistas «vasco y catalán como terrorismos que pretendían destruir España» y que como tales se les debía tratar. Y con relación a Cuba , «ya había prometido en 1891, ante el Congreso, que ‘si se produce una [nueva] insurrección en Cuba’, desde su Gobierno se lucharía ‘hasta el último hombre y la última peseta’. Una afirmación que marcó la posición española en el conflicto cubano». En consecuencia, al volver a la presidencia del Consejo de Ministros en 1895, con la rebelión apenas estallada, «a nadie sorprendió que adoptara una política de línea dura y no admitiera negociaciones», sino que quería «asegurarse la victoria militar».

Cánovas dio muestras sobradas de este ultraconservadurismo. Es famosa la entrevista que concedió el 17 de noviembre de 1896 al periodista Gaston Routier del periódico francés ‘Le Journal’ durante la que soltó su discurso más racista, en unos momentos, hay que recordarlo, en que una parte importante de la opinión pública europea y estadounidense ya abominaba el racismo. El redactor le preguntó sobre la situación de la población negra en Cuba, donde se había abolido legalmente la esclavitud en 1880 pero donde parecía que muchas de estas personas seguían en una situación muy cercana a la esclavitud: «Los negros de Cuba son libres, pueden contratar compromisos, trabajar o no trabajar, y creo que la esclavitud para ellos era mucho mejor que esta libertad que sólo han aprovechado para no hacer nada y formar masas de desocupados. Todos los que conocen a los negros le dirán que en Madagascar, en el Congo, en Cuba… son perezosos, salvajes, inclinados a actuar mal, y que hay que conducirlos con autoridad y firmeza si se quiere obtener algo de ellos. Estos salvajes no tienen otro dueño que sus propios instintos, sus apetitos primitivos. Los negros de Estados Unidos son mucho más civilizados que los nuestros: son descendientes de razas implantadas en el suelo americano desde hace generaciones, se han transformado relativamente, mientras que entre nosotros hay cantidad de negros venidos directamente de África y completamente salvajes. ¡Pues bien!, vea, aun así, cómo se trata en Estados Unidos a los negros: tienen unas libertades aparentes que pueden utilizar dentro de ciertos límites, pero a partir del momento en que quieren beneficiarse de todos sus pretendidos derechos de ciudadanos, los blancos salen rápidamente para que recuerden cuál es su condición y para colocarlos en su lugar».

 

Obsesión: Cuba española

El ultraconservadurismo que tan bien representaba Cánovas no tenía dudas respecto de cuál debía ser el estatus de Cuba: una provincia española sin más. No era sólo la expresión de una idea política. Se trataba de una obsesión que se mantenía a pesar de cualquier evidencia.

En la misma entrevista anteriormente citada el presidente del Consejo de Ministros muestra, en este sentido, su convicción de que las cosas no cambiarán: «Creo saber que en los Estados Unidos no hay un solo hombre de estado serio e influyente que desee realmente la independencia de Cuba, ya que se dan cuenta perfectamente de que, si la isla fuera independiente, se convertiría en una nueva República Dominicana, una segunda Liberia que se retrogradaría de la civilización a la anarquía. Si el ejército español abandonase Cuba, serían las ideas sensatas, fecundas, liberales, progresistas de Europa las que abandonarían este país que ha sido el más rico y próspero de la América española». el presidente del Consejo de Ministros español aseguraba al periodista que «el Gobierno de Estados Unidos mantiene con nosotros una actitud correcta» y que «para hacer lo que algunos le aconsejan [la guerra y la invasión] necesitarían un ejército y una armada poderosos, y no veo yo que se lancen por este camino para favorecer a los negros».

En la entrevista Cánovas explica que cree que el independentismo se ha creado de forma artificial, entre una parte de la prensa que, aprovechando la libertad de publicación, «ha predicado durante años la independencia» y «la rebelión contra la patria». Asimismo, intenta convencer al periodista de que la independencia cubana es «imposible» porque, por una parte, en Estados Unidos no había -como ya se ha hecho referencia- «ningún hombre de estado serio» que la deseara y en Europa «tampoco». Aseguraba, asimismo, que «España es unánime: nada de concesiones, nada de debilidades, ninguna abdicación…» y que «el honor de España no puede admitir un solo instante la palabra renuncia». Y concluía que «la razón y el derecho están con nosotros y tenemos la voluntad inquebrantable de hacerlos triunfar». Al cabo de veinte meses, España perdía Cuba.

 

La derrota

Los Estados Unidos declararon la guerra a España en el mes de abril de 1898. Toda la fantasía española de poder vencer el poder bélico estadounidense se desvaneció rápidamente. El Gobierno de Madrid ordenó que la flota a las órdenes del almirante Pascual Cervera partiera hacia a Cuba para defenderla de la moderna flota yanqui, a pesar de saber que era imposible. El jefe militar envió, antes de la salida del convoy, un telegrama a su hermano en el que se despedía para siempre porque, razonaba, no pensaba que pudieran volverse ver ya que la muerte le esperaba en Santiago de Cuba. Cuando el 1 de julio, ya anclada la flota española en el puerto cubano, la avisaron de que el ejército de Estados Unidos se acercaba, se dirigió a sus oficiales, y se despidió de cada uno porque estaba seguro de que todos morirían. El 3 de julio su flota fue aniquilada: murieron unos 400 marineros y se salvaron unos 1.800. Cervera fue de los supervivientes.

El ejército de tierra de Estados Unidos había embarcado hacia Cuba desde Tampa (Florida) a finales de junio. Desembarcó en diferentes puntos y atacó los centros neurálgicos. La defensa española no duró apenas. El 16 de julio, a la sombra de una ceiba situada cerca de la colina de San Juan -escenario de la batalla más famosa y sanguinaria de la guerra- los generales españoles se rindieron a los jefes del ejército yanqui.

En diciembre de 1898, mediante el tratado de paz firmado en París, España cedió Puerto Rico, Guam y Filipinas a Estados Unidos mientras Cuba era declarada «independiente» aunque en la práctica quedó bajo administración norteamericana hasta 1902.

 

CRONOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN DE CUBA

1868-1878. Guerra de los Diez Años. La primera de las guerras independentistas acabó con un pacto, pero poco después los dirigentes rebeldes consideraron que los españoles no habían cumplido los acuerdos. El independentismo entra en una profunda crisis política.

1879-80. La ‘guerra Chiquita’. Los descontentos por la paz de 1878 se vuelven levantar en armas pero sólo aguantan un año.

Diciembre de 1886. Máximo Gómez, jefe militar rebelde de la guerra de los Diez Años, anuncia fin del movimiento soberanista.

  1. José Martí funda en el exilio -en Cayo Hueso, Estados Unidos, donde residía desde 1881- el Partido Revolucionario Cubano.
  2. Martí logra ponerse de acuerdo con Gomez, quien será otra vez el jefe militar del movimiento, y con Antonio Maceo, segundo de Gómez.
  3. Ingente actividad de los líderes secesionistas en Estados Unidos recaudando dinero y armas.
  4. Febrero. Día 24. Los rebeldes se levantan en armas de nuevo.
  5. Mayo. Día 19 muere en un enfrentamiento con las tropas españolas José Martí, el ideólogo de la revolución independentista iniciada dos meses antes. Su recuerdo se convertirá en inspiración de los rebeldes y su nombre en sinónimo de libertad para Cuba. Fue sustituido por Tomás Estrada y, más tarde, Salvador Cisneros sería nombrado presidente de la República en Armas.
  6. Febrero. El presidente del Consejo de Ministros de España, el conservador Antonio Cánovas del Castillo, impone la línea dura en el conflicto. Nombra al general mallorquín Valeriano Weyler como nuevo capitán general de Cuba con el mandato de sofocar como sea la rebelión.
  7. Diciembre. Día 7. En las cercanías de Punta Brava, en el sureste de La Habana, Antonio Maceo, que iba acompañado de una veintena de hombres, fue atacado por un destacamento español muy superior. Murió durante el enfrentamiento. Los españoles lo celebraron fuerte firme porque supusieron que significaba que la guerra entraba en la fase final y que la victoria era inexorable.
  8. Octubre. El Consejo de Ministros, presidido por el liberal Práxedes Mateo Sagasta, destituye a Weyler del cargo. Intentaba así tranquilizar a la opinión pública de Estados Unidos, sacudida por la prensa sensacionalista que presentaba al jefe militar mallorquín como «el carnicero de Cuba» por la dureza de la represión contra los independentistas y la población campesina -que apoyaba a los rebeldes- en general.
  9. Febrero. En la mañana de día 15 del U.S.S. Maine, un acorazado enviado por el Gobierno de Washington en el puerto de La Habana para demostrar a España que EEUU no permitirían que los ciudadanos de ese país en Cuba fueran objeto de represalias por parte de las autoridades coloniales, reventó por una fuerte explosión. Tres cuartas parte de la tripulación murieron ‘in situ’. No se conoció la razón, pero la prensa amarilla del país popularizó la frase «Remember the Maine, to Hell with Spain!» (‘Recuerde el Maine, ¡España al infierno!») para incendiar la opinión pública y forzar a los dirigentes políticos a declarar la guerra a la corona española.
  10. Abril. El día 25 el Congreso de los Estados Unidos declara la guerra a España.
  11. Mayo. Barcos de guerra estadounidenses acosan Cuba, con puntuales intercambios de disparos de artillería.
  12. Junio. Estados Unidos concentra en Tampa (Florida) decenas de miles de soldados para enviarlos a Cuba. Empiezan a desembarcar en varios puntos de la isla.
  13. Julio. En la madrugada del día 1 una fuerza de Estados Unidos formada por unos 15.000 efectivos ataca el cerro de San Juan, un lugar estratégico para avanzar hacia Santiago de Cuba. Unos 800 soldados españoles resisten ferozmente todo el día pero al fin los poco más de 200 que quedan se rinden.
  14. Julio. Día 16, por la mañana, los jefes militares coloniales rinden la isla a sus homólogos estadounidenses. Termina la dominación de Cuba por el Reino de España.
  15. Mayo. El día 20 se procede a proclamar formalmente la República de Cuba. Tomás Estrada es elegido primer presidente, que lo había sido también de la República de Cuba en Armas durante la guerra.

 

DE LA BANDERA CUBANA A LA ESTELADA

BANDERA DE CUBA

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Exiliado en Nueva York, huyendo de la represión española en Cuba, Narciso López (1797-1851) organizó el 1849 a un grupo de cubanos para liberar la isla de España. Ideó la estrategia de atacar con grupos reducidos de hombres que intentarían provocar un levantamiento general que -suponía- tendría el apoyo de Estados Unidos. López no buscaba la independencia sino que Cuba entrara en Estados Unidos, como había pasado con Texas en 1845. Él mismo lideró desde 1850 hasta 1851 cinco expediciones, todas fracasadas. El 1 de septiembre de 1851, después de haber sido arrestado por los españoles, fue ejecutado en La Habana.

Antes de la primera expedición, López y sus colegas pensaron que debían tener una enseña. Inspirada en la bandera texana y en la norteamericana crearon su pabellón: dos franjas blancas y tres azules horizontales, y a la izquierda un triángulo rojo con la estrella solitaria blanca insertada. Se ha interpretado de muchas maneras la simbología presente en la enseña, pero en general se da por bueno que las tres franjas azules representaban los tres territorios en que entonces se dividía Cuba, las blancas eran por la pureza de los ideales patrióticos, el triángulo se enlazaba con los masones y el ideario de libertad, igualdad y fraternidad de la Revolución Francesa, el rojo representaba la sangre de los patriotas y la estrella era el símbolo de la futura incorporación a los Estados Unidos.

Cuando se inició la guerra de los Diez Años, en 1868, los independentistas acordaron asumir la bandera de López, porque había sido el primero en oponerse por las armas a los españoles, obviando, eso sí, la simbología inicial de la estrella solitaria que pasó a ser la representación del clamor de todo el pueblo cubano unido por la libertad.

Con esta bandera se combatió a los colonialistas a partir de entonces. Cuando después de los cuatro años (1898-1892) de control de la isla por el ejército norteamericano se creó la República de Cuba, el 20 de mayo de 1902, Máximo Gómez fue el encargado de izar la bandera sobre el castillo de los Tres Reyes del Morro, en la Habana .

 

Estelada con el triángulo azul

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El número de catalanes residentes entonces en Cuba se calcula en una docena de miles, entre los que era habitual la simpatía hacia los soberanistas. Incluso, algunos habían participado en la guerra encuadrados en el ejército rebelde. De hecho, unos 300 morían en acciones bélicas -según dijo en 2009 el entonces vicepresidente de la Generalitat, Josep Lluís Carod-Rovira, durante un viaje a Cuba- contra los españoles. Al terminar la guerra y, sobre todo, a partir de la efectiva instauración de la República, los círculos catalanistas de Cuba se organizaron en asociaciones como el Club Separatista Número 1, en La Habana; el Número 11, en Santiago; el Grupo Nacionalista Radical y el Bloque Nacionalista Catalán, en Guantánamo. En ciertas ocasiones, normalmente fiestas importantes, estos grupos colgaban de balcones la bandera catalana con una estrella blanca, como la cubana.

Uno de estos nacionalistas catalanes que vivían en Cuba en el momento de la derrota española se llamaba Vicenç Albert Ballester (1892-1938). De vuelta a Cataluña, fue muy activo -y padeció por ello represión- dentro del catalanismo social y político. Tras la Primera Guerra Mundial (1914-1918) se integró en el Comité Pro Cataluña que intentó que Estados Unidos apoyaran la posible independencia catalana. Mientras era miembro de este comité diseñó la estelada tal como es conocida actualmente.

 

LOS PROTAGONISTAS DE LA DERROTA ESPAÑOLA EN CUBA.

Antonio Cánovas del Castillo (1828-1897)

Fundador y líder del Partido Conservador, fue presidente del Consejo de Ministros entre 1874 y 1881 -con varios paréntesis, de pocos meses-, de 1884 a 1885, de 1890 a 1892 y de 1895 a 1897. Fue el gran político del época de la restauración borbónica (1874-1931) durante la primera fase, que va de 1874 a 1902, la de la alternancia bipartidista en el poder, cuando el régimen pretendía ser similar a la democracia británica pero que, en realidad, estaba carcomido por la corrupción y el caciquismo. La alternancia en el Gobierno entre conservadores y liberales no pasaba de ser un mero maquillaje. Cánovas, racista, tradicionalista, reaccionario y antidemócrata confeso, representaba la esencia ultraconservadora del sistema que consideraba Cuba no como una colonia -aunque así la trataBa- sino como cualquier otro territorio español y que se negaba a aceptar ninguna posibilidad de negociar su independencia. Partidario de la dureza contra los independentistas, confió al general mallorquín -de ascendencia prusiana- Valeriano Weyler la capitanía general de Cuba. El 8 de agosto de 1897 Cánovas fue asesinado por el anarquista italiano Michelle Angiolillo en Arrasate.

 

Práxedes Mateo Sagasta (1825-1903)

El complemento y, en teoría, adversario de Cánovas. Líder del Partido Liberal, fue presidente del Consejo de Ministros cinco meses entre 1871 y 1872, tres más entre septiembre y diciembre de 1874, entre 1881 y 1883, entre 1885 y 1990, de 1892 y 1995, entre 1897 y 1899 y entre 1901 y 1902. A pesar de tantos períodos al frente del Ejecutivo, poco pudo hacer para liberalizar de veras el caduco sistema de la restauración. Con relación a Cuba fue siempre partidario de la negociación y el otorgamiento de la autonomía a la isla, pero por eso mismo fue destituido en 1895. Al volver al poder tras el asesinato de Cánovas, intentó evitar la guerra abierta con Estados Unidos para Cuba cuando otorgó a la isla la Carta Autonómica, en 1897. Sin embargo, ya no sirvió de nada. El independentismo había cogido mucho vuelo y, con la ayuda extraoficial de Estados Unidos, se disponía a dar el golpe de gracia a la colonización española de Cuba, si bien es cierto que al fin fue el gigante estadounidense quien se encargó de echar a los españoles.

 

Valeriano Weyler (1838-1930)

General mallorquín que fue nombrado en febrero de 1896 capitán general de Cuba con la misión de aplastar al independentismo por la fuerza de las armas. Consiguió que sus tropas mataran al caudillo soberanista Antonio Maceo y ordenó la concentración en zonas en puestos de la población campesina -con el resultado de penurias de todo tipo, con numerosos miles de muertos- para evitar que diera apoyo a los ‘mambises’ o guerrilleros independentistas. La dureza de estas medidas fue aprovechada por la prensa sensacionalista estadounidense, lo bautizó como «el carnicero de Cuba», para hacer propaganda a favor de la intervención. Sagasta, tras sustituir el asesinado Cánovas, destituyó a Weyler en octubre de 1897. Lejos de ser considerado un fracasado, en Madrid adquirió un prestigio enorme, gracias al cual fue en tres ocasiones ministro de la Guerra -1901-1902, 1905 y 1906-1907- así como capitán general de Cataluña entre 1909 y 1914. Se opuso frontalmente a la dictadura del general Primo de Rivera porque consideraba que un militar no debía sublevarse contra el poder civil. El dictador no se atrevió a detenerlo pero le hizo el vacío oficial quitándole honores como los nombres de plazas y calles que se le habían dedicado. Fue senador vitalicio hasta su muerte, cargo desde el que no paró nunca de intentar que el rey Alfonso XIII destituyera a Primo de Rivera.

 

William McKinley (1843-1901)

Presidente del Estados Unidos por el Partido Republicano entre 1897 y su asesinato el 1901. Inicialmente no quería la guerra con España por Cuba sino únicamente controlar los productos que entraban en los Estados Unidos desde la isla. Pero la presión de la prensa sensacionalista a favor de la guerra y el hecho de que cada vez más dirigentes de su partido pensaran que era la mejor opción lo llevaron a declararla el mes de abril. La victoria contra España y el proteccionismo comercial le hizo ganar la reelección en 1900, pero un anarquista lo mató de dos disparos el 1901 .

 

Theodor, Teddy, Roosevelt (1858-1919)

Desde joven había tenido varios cargos menores por el Partido Republicano, hasta que McKinley lo nombró en 1897 secretario adjunto de la Marina, donde dio un gran impulso al proceso de modernización de la U.S. Navy que consideraba esencial para convertir a los Estados Unidos en una potencia mundial. Cuando estalló la guerra con España, se hizo nombrar Coronel del regimiento voluntario de caballería que la prensa llamó los ‘Rough Riders’. Después usó con habilidad su papel en la guerra en su carrera política y McKinley le nombró vicepresidente. Al ser asesinado el presidente, Roosevelt lo sustituyó y ganó después la renovación. Se mantuvo en el cargo hasta 1907.

 

José Martí (1853-1895)

Fue el gran inspirador de la independencia. Filósofo, poeta, escritor, periodista… fue el creador del Partido Revolucionario Cubano y el principal organizador de la revuelta armada iniciada en febrero de 1895 que puso fin a la colonización española, si bien él murió antes de ver la derrota de los imperialistas europeos. En efecto, durante una marcha intrascendente, en la zona de Dos Ríos, Martí se separó del grupo y sin guardia -sólo llevaba un acompañante- fue a parar justo ante un grupo de soldados españoles que le clavaron tres disparos y lo mataron.

 

Máximo Gómez (1852-1905)

Militar dominicano enrolado en el ejército español, se rebeló contra los colonizadores cuando estalló la guerra de los Diez Años (1868 a 1878). Su prestigio se fue incrementando hasta que fue nombrado comandante general de las tropas revolucionarias desde el inicio de la revuelta armada definitiva, en febrero de 1895. Pudo disfrutar de la derrota española y también vivió la instauración de la República Cubana en 1902.

 

Antonio Maceo (1845-1896)

Con el apodo del ‘Titán de Bronce’ -porque era mulato- fue conocido por su valentía y capacidad militar entre todos los ‘mambises’ -o guerrilleros independentistas. Su prestigio llegó a ser tan grande que a menudo se ha dicho que, si no hubiera sido mulato, habría ocupado el mando militar de la rebelión contra España. Sin embargo, se tuvo que conformar con ser el número 2. Murió el 7 de diciembre de 1896 en una acción militar como resultado de dos disparos españoles. Era tan conocido y respetado entre los propios como temido entre los enemigos, y su desaparición fue vivida en España como un gran éxito, y celebrada con fiestas por todas partes, porque, supuestamente, auguraba la absoluta derrota independentista.

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